Hace pocos días me topé con un post
en facebook que hablaba de las rabietas en público. Lo he buscado
para compartirlo con vosotros, pero no recuerdo en qué página lo
vi, ni siquiera recuerdo si era un meme, un post o un artículo, así
que no he sido capaz de encontrarlo. El mensaje venía a ser este:
"Cuando tu hijo tiene una rabieta en público todos las miradas van a ti, porque en realidad lo que tú hagas, cómo tú respondas a esa rabieta, es lo que de verdad importa y lo más decisivo sobre cómo se va a desarrollar la misma. No te están juzgando, sólo te están observando. Cuando pierdes los nervios y empeoras la situación, ahí es cuando empiezan a juzgarte."
No es que sea un mensaje especialmente
positivo, al fin y al cabo habla de juzgarte como padre/madre. Pero
sí me hizo ver que cuando la gente te miraba durante una rabieta no
era porque esperaba necesariamente mano dura. Desde luego, cuando he
sido yo la que observaba, lo que esperaba era todo lo contrario.
Esto lo cuento porque me ayudó durante
una enorme rabieta que se produjo durante el viaje que os conté en mi última entrada, en una situación totalmente pública, en la que
yo me encontraba totalmente sola, y que creo que resolví de una
manera de la que podía sentirme orgullosa en mi camino como madre.
Todo empezó en la cola para entrar a
una de las atracciones más conocidas de Islandia, el Blue Lagoon,
una piscina termal maravillosa donde íbamos a tomar un último baño
unas horas antes de volar de vuelta a Madrid. Estábamos dentro, en
la taquilla, mi marido hablando con el dependiente que le daba las
pulseras que daban acceso al recinto, y yo con el peque. De repente
dice que quiere hacer pis. No podíamos entrar aun, y salir no era lo
más práctico porque había gente haciendo cola para entrar que nos
bloqueaba el paso. Le digo que necesito que espere un poco y se
enfada, comprensible, al final entramos pero ya va enfadado. Nos
tenemos que separar para entrar a los vestuarios así que me llevo yo
al peque. Justo antes de entrar le digo, "ven, que vamos a hacer
pipí" y empieza a decir que pipí no, y se tira al suelo. Al
tirarse para atrás se da un golpe en la parte de detrás de la
cabeza y se pone a llorar. Lo cojo en brazos y lo voy consolando
mientras voy entrando en el vestuario. Cuando estamos dentro empieza
a llamar a su padre, que ya está en otra planta del edificio, y
sigue negándose a hacer pipí.
Así que me encuentro sola, en un
vestuario lleno de gente, con un niño llorando por su padre, que se acaba de dar un buen coscón y que se
niega a hacer pis a pesar de que lo necesita imperiosamente. ¿Qué
hago?
Primero, busqué una zona del vestuario
donde hubiera menos gente, y a poder ser, que hubiera mujeres
mayores, con más posibilidades de que fueran comprensivas ante la
situación.
Segundo, respiré hondo y miré al
techo un segundo mientras tenía el peque en brazos.
Tercero, me centré en mantener mi tono
de voz suave y dulce, como si el peque no estuviera llorando, como si
lo que me decía fuera en un tono de voz normal.
Empecé a guardar mis cosas en la
taquilla mientras el niño se revolcaba por el suelo. Lo cogí en
brazos y me senté con él un momento en un banquito. Le dije que nos
teníamos que poner el bañador para la piscina, que papá nos estaba
esperando allí, y que lo iba a ayudar a cambiarse.
Empecé cambiándole los zapatos por
las chanclas de agua, a la fuerza. El niño se resistía pero juro
que conseguí mantener una calma total a pesar de que mis movimientos
eran firmes. En ese momento se tranquilizó un poco y pidió hacer
pipí. Salimos corriendo en busca del baño y lo hizo. Parecía que
podía haber cesado aquí la tormenta, pero en cuanto salimos del
baño, salió corriendo por el pasillo y volvió a empezar a llamar a
su padre mientras lloraba. Llegó al final del pasillo y se tiró al
suelo, yo me acerqué andando, lo cogí en brazos y me lo llevé a
nuestra zona del vestuario. Lo tumbé sobre el banquito y mientras le
hablaba con tono tranquilo empecé a quitarle el pantalón y a
ponerle el bañador. El peque se resistía y lloraba, pero conseguí
hacerlo una vez más permaneciendo firme, transmitiendo confianza y
manteniendo la calma. Sabía que la camiseta no iba a ser capaz de
quitársela a la fuerza así que se la dejé puesta. Habrá quien no
se sienta cómoda con usar la fuerza con los niños. Yo en general
prefiero no hacerlo, pero en una situación como esta en la que es
imposible conseguir su colaboración y en la que hay un límite de
tiempo, considero que lo que más le beneficia es conseguir avanzar y
cambiar de ambiente. Aquí en concreto, la mejor manera de conseguir
que pasara la rabieta era conseguir pasar a la piscina, sabía que en
cuanto la viera se calmaría, si es que no se había calmado antes.
No recuerdo bien en qué momento me
cambié yo, no recuerdo si fue antes de cambiarlo a él o después.
Creo que fue después, pero no estoy segura. Aunque hacía el
esfuerzo por permanecer tranquila, la verdad es que la situación era
muy estresante, y estaba más centrada en el estadio emocional del
niño que en lo que yo estaba haciendo, así que ya no recuerdo. Sí
que recuerdo que cuando por fin estábamos los dos cambiados, aunque
él aún tenía su camiseta puesta, llegó la parte con la que más
cómoda me siento de todo el episodio: la reconexión. Lo cogí y me
senté, con el firme propósito de quedarme allí el tiempo que
hiciera falta. El peque se acurrucó en mi cuello, y yo empecé a
mecerme un poco y a canturrear. El peque fue dejando de llorar poco a
poco y a calmarse, y sorprendentemente, no tardó más de unos pocos
minutos. Cuando noté que estaba más calmado, le dije que necesitaba
cerrar la taquilla y que lo iba a dejar en el asiento un momento.
Antes de hacerlo le pregunté: "¿Estás listo?", me dijo
que sí y lo puse allí. Entonces me pidió que le contara un cuento,
así que mientras terminaba de recoger empecé a contarle un cuento,
con un tono super relajado, y continué contando el cuento mientras
iba saliendo del vestuario con él en brazos. Mientras salíamos de
allí, juraría que algunas de las mujeres que habían presenciado la
escena estaban sonriendo con simpatía.
En cuanto salió del vestuario y vio a
su padre en la piscina, se llenó de un entusiasmo que le duró el
resto de la jornada. La sensación de haber lidiado con la situación
sin perder los nervios, me ayudó a pasar página a mí también, y
pudimos disfrutar todos de un estupendo baño para despedirnos de
nuestro viaje por Islandia.
Lo malo de las rabietas en público es
que nos hace sentirnos en ridículo. Nos aporta una tensión extra
por qué pensarán los demás de nosotros como padres. Qué pensarán
del "pollo" que estamos montando. Pensar en el mensaje que
os mencionaba al principio del post me ayudó a convencerme de que la
mayoría de los que observan entienden que los niños pasan por
momentos así, y que lo único que de verdad censuran es cuando son
los padres los que terminan entrando en una rabieta a su vez. Esto me
ayudó a centrar todos mis esfuerzos en mantener la calma mientras
durara la situación, en lugar de centrarme en pararla lo antes
posible y a toda costa.
Cuando salimos, Papá dijo que llevaba
unos 15 minutos esperando en la piscina, con lo que calculo que el
episodio completo pudo durar unos 20-25 eternos minutos. Estoy segura de que mi gestión durante esos 25 minutos no fue precisamente perfecta, pero estoy contenta, no sólo por lo que hice sino por lo que no hice, y lo que no dije. Fueron
para mí 25 minutos de Master Class en los efectos positivos del tipo
de crianza que hemos elegido, en cómo sobrellevar una rabieta sin
dañar mi conexión con mi hijo, en cómo superar una situación de esta sin necesidad de añadir presión al niño que bastante tiene ya con gestionar unas emociones que lo arrastran de esa manera, de cómo hacerlo mientras se cuida su salud emocional, sin añadir connotaciones negativas a sus emociones y a su expresión de las mismas, y de cómo soy capaz de mantener la
calma en situaciones como esta. Espero ser capaz de conseguir este
estado de paz mental en próximas ocasiones, que seguro, seguro, que
se volverán a dar.
Quiero seguir formándome para poder ayudaros más y mejor pero los cursos de crianza son muy caros. Si te ayudan mis posts y quieres que siga trayendo contenido de calidad, ahora puedes ayudarme haciendo una pequeña donación. ¡Muchísimas gracias!
Si tienes alguna pregunta o comentario que hacerme, o si tienes algún truco o sugerencia más que quieres aportar puedes hacerlo a través del blog, de la página de Facebook o de la cuenta de Instagram. Y si te ha gustado la entrada o crees que podría ayudarle a alguien que conoces COMPARTE.
¡Mil gracias por leerme!
¡Feliz Crianza!
¡Mil gracias por leerme!
¡Feliz Crianza!
Que paciencia tienes Rosa
ResponderEliminarNo siempre, no siempre! Pero cuando conoces la teoría y compruebas en la práctica que la calma del adulto es lo único que ayuda de verdad al niño en estas situaciones, no te queda más remedio que hacer el esfuerzo. He contado esta porque fue en la que conseguí mantener una calma verdadera, interior y exterior. O sea, que en las otras que hubo en el viaje, ya fuera por uno o por el otro, siempre había algún adulto dejándose llevar por la rabieta! Cuestión de práctica, supongo. Poco a poco. :)
ResponderEliminarTendré en cuenta tus consejos cuando llegue esa etapa. Supongo que serán momentos de estrés nada fáciles de resolver.
ResponderEliminarSerá un poco más fácil si no lo ves como algo que tú tienes que resolver. Las emociones son suyas y será tu hijo quien debe gestionarlas. Tu papel está en acompañarlo, mantener la calma, y ofrecer consuelo cuando lo pida. Poco más, en realidad.
EliminarRosa,
ResponderEliminarAyer descubrí tu blog y me he tiene enganchada. En este post me he decidido a escribirte (aunque yo NUNCA lo hago en ninguno) porque me he sentido muy identificada. Comparto la mayoría de aspectos del tipo de crianza del que hablas (aunque no conocía en absoluto a Magda Gerber y RIE), así como la mezcla de distintas corrientes (crianza con apego, respetuosa, consciente, Pikler, Montessori, etc.), pero sobre todo me identifico con lo que cuentas y me impresionan la sinceridad y detalles con que compartes situaciones concretas, dudas, errores y rectificaciones tuyas, sin duda muy íntimas. Me hace sentirme acompañada y comprendida y con más ganas de superarme y hacerlo cada día mejor.
Por otro lado, estoy impresionada por tu facilidad para procesar y sintetizar tanta información, y te lo agradezco, porque me acostumbro a desesperar cuando (muy a menudo) me desoriento y creo que no soy nada coherente.
En este caso en concreto, me he decidido a escribirte porque he conectado mucho con esta experiencia positiva ante una rabieta, con tu satisfacción por haber respondido bien ante ella. ¡Es tan importante saber reconocer cuando lo hacemos bien!, es sanador y reparador.
Y por último, he decidio escribir para agradecerte la generosidad que muestras compartiendo tus reflexiones, conocimientos y experiencias. Me son de gran ayuda.
Laia