Los que me seguís por redes sociales ya sabéis que el miércoles pasado tuvimos una mala tarde a cuenta del disfraz del cole. Están trabajando las emociones en clase así que el disfraz era de emoticono, y el peque básicamente pretendía que cambiara el disfraz cada vez que él cambiaba de estado de ánimo. Habría sido hasta gracioso si no fuera porque mi mente no funcionó como me habría gustado que funcionara. El post de hoy no va de lo bien que gestioné la tarde. El post de hoy va de todos los errores que cometí, de qué me pasaba por la cabeza en cada momento, de cómo me sentí y de cómo esos sentimientos me hicieron reaccionar. En resumen, en el post de hoy os voy a contar cómo fue mi rabieta y cómo las "madres perfectas" no existen. Aviso que no va a haber un momento poético de redención al final. La tarde del miércoles antes de carnaval fue una cagada de principio a fin.
Vamos a llamar a esto un ejercicio de reflexión consciente. A ver cómo sale.
El peque está en una fase bastante miedosa. No le gustan los muñecos grandes y no le gustan los disfraces de muñeco: ¿esos Mickey Mouse a tamaño real que imitan a los de Disney? Mi peque sale corriendo en la dirección contraria. ¿Las visitas de la Patrulla Canina o Pepa Pig a los centros comerciales con colas kilométricas para hacerse fotos con los peques? El mío no se acerca ni loco. Os cuento esto porque la misma semana de carnaval estaba programada una salida al teatro con su clase para ver el Mago de Oz. En clase les pusieron un video y mi peque se llevó un susto de aúpa y se negó en redondo a ir. No os voy a negar que me dio un poco de pena que no quisiera ir: es una actividad chula, van en autobús que le encanta, con todos sus amigos, a ver un musical que estoy segura de que le gustaría si sus miedos no le impidieran disfrutarlo. Por supuesto que no le dije nada a él, al principio intenté convencerle un poco pero cuando vi cómo reaccionaba, la desesperación con la que me decía "al teatro, no", evidentemente el objetivo pasó a ser que se sintiera seguro y hacerle entender que no iba a ir si no quería. El caso es que sé que en el fondo me habría gustado que fuera distinto, me habría gustado que quisiera ir. Había una parte de mí que rezongaba ante la idea de que mi peque fuera "el único" que no iba a ir al teatro.
Esto puede parecer que no está relacionado, pero sé que lo está. Porque mientras lidiaba con las idas y venidas del disfraz de carnaval, ese pensamiento me volvía una y otra vez a la cabeza: "¿por qué tienes que hacerlo tan difícil?", "¿por qué tienes que complicarlo tanto?", "vas a ser el único que no vaya disfrazado". Recalco que todo esto eran PENSAMIENTOS. Nada de esto salió de mi boca. Pero eran pensamientos que estaban alimentando mi malestar hacia mi hijo.
De hecho esto empezó también un par de días antes. Cuando le pedí al peque que eligiera el emoticono que quería para el disfraz y empezó a decir que no quería disfrazarse. Esta vez no lo decía con miedo, simplemente no quería. Le enseñé algunas fotos de compañeros suyos con el disfraz ya terminado que habían compartido sus madres en el grupo de whatsapp. El peque las miró con mucho interés, le gustaron mucho. Pero en cuanto le dije que él también tenía que llevar uno volvió a decir que no. Y otra vez mi cabeza "¿por qué no puedes ser como tus compañeros? ¿tú has visto qué cara de alegría llevan? ¿vas a ser el único sin disfraz". Como vimos que no íbamos a ninguna parte lo dejamos estar. Decidí que elegiría yo lo que me pareciera y si hacía falta se lo daría a la maestra, que al menos tuviera la opción de disfrazarse si al final cambiaba de opinión.
El caso es que el miércoles por la mañana, mientras lo llevaba al cole, tuve una idea magistral. "Chiqui, ¿qué te parece si el disfraz es de planetas?" Ni que decir tiene que le encantó. Me informó que quería un disfraz de Júpiter, y yo añadí, "¡Júpiter sonriente!". Perfecto. Ya tenía idea y parecía que le gustaba. Así que llegué a casa y me curré un pedazo de Júpiter precioso. Le puse una carita sonriente y listo. Un emoticono de planetas. Cuando el peque llegó le encantó. De verdad. Le gustó muchísimo. Y entonces dijo, "Y ahora, Saturno".
Ya había planificado hacer otro para la parte trasera, y lo mismo me daba hacer uno que otro así que me puse a hacer Saturno. Con el peque delante. ¿Por qué no lo dejé para el jueves? No lo sé. Supongo que porque no tenía escrita la entrada del blog para ese día y además tenía que ir con mi suegra al médico. Sabía que iba a estar apretada y prefería terminar. Pero era una opción. Ya tenía las piezas recortadas, no me habría costado tanto tiempo. Era una opción y la descarté absurdamente.
Así que me puse a hacerlo con el peque allí y como es lógico y normal me quería ayudar. Me gustaría decir que me dije a mí misma "es su disfraz, ¿qué mejor manera de fomentar su autestima que dejar que lo haga él?". Pero no. Lo que me dije fue "Sí hombre, con lo bonito que me está quedando no voy a dejar que lo estropees". Era su disfraz, pero era MI proyecto. Así que le di unos rotuladores, un retal de goma eva que no necesitaba y lo dejé pintando a mi lado. Hasta que vio que yo usaba unos rotuladores nuevos mientras él usaba los viejos. El problema era que los que él usaba eran lavables, y los que yo usaba eran permanentes, además eran textiles, con lo que si se manchaba la ropa no se iba a quitar. Así que me negué a dárselos y finalmente los guardé. Evidentemente esto provocó un enfado monumental por su parte. Un enfado del que apenas se había recuperado cuando le dije que eligiera la emoción que quería. Y eligió una cara triste, como es lógico. Y de nuevo me surge la pregunta, ¿por qué no lo dejé? ¿Por qué seguí avanzando cuando era evidente que no íbamos a llegar a buen puerto?
Me puse a recortar las piezas, y él se fue a jugar un rato. Cuando ya las tenía recortadas y listas para pegar, vino corriendo a informarme de que ya estaba contento así que tenía que hacer la cara contenta. ¡Qué mal me sentó! Pero, ¿por qué me sentó tan mal? Era algo que me esperaba. Si hasta había pensado inicialmente en hacer el disfraz en plan Señor Potato, con velcro, para que eligiera la cara que quería la misma mañana. Lo conozco y sé lo consciente que es de las emociones y sabía que esto podía pasar. Sin embargo, mis pensamientos eran de indignación, de cansancio, de frustración. Otra vez pensaba "seguro que los otros niños no lo han complicado tanto".
Intenté convencerle de que estaba bien que por delante estuviera contento y por detrás triste, que así podía ponerse el que quisiera el día del desfile, pero evidentemente no sirvió de nada. Se volvió a ir a jugar y me puse a recortar una cara distinta. Como ya tenía recortada una lágrima, hice otra más y saqué la expresión de reírse hasta llorar. La pegué con la pistola de silicona y cuando ya estuvo terminada fui a enseñársela. ¿Por qué la pegué si no sabía si le iba a gustar o no? Supongo que porque estaba cansada y quería terminar como fuera, y al pegarla eliminaba la posibilidad de que hubiera más cambios.
No le gustó.
Decía que estaba llorando, que estaba triste, que él la quería contento. No había manera de hacerle entender que era porque se estaba riendo mucho. Me persiguió mientras volvía al salón e intentaba arrancar las lágrimas de Saturno. Entonces empezó a llorar totalmente fuera de sí que no quería esa cara, que la cambiara, que pusiera contento, y al rato empezó a decir que lo pusiera enfadado. Básicamente estaba fuera de control e iba cambiando de opinión constantemente como un remolino. En un momento dado le dije, y esto sí que se lo dije "¿Tú quieres ver una cara de enfadado? ¿Sí? Pues mírame a mí. Esto es una cara de enfado." Ofú. Qué cabreo llevaba.
Había una parte de mí que llevaba un rato diciendo que lo dejara para el día siguiente. Que estaba claro que no era el día. Pero, oye, ni caso. ¡Qué obcecación! Yo seguía y seguía. Estaba viendo que ese camino no nos llevaba a ninguna parte, pero no era capaz de parar. Así que me puse a hacer los tirantes del disfraz. Por supuesto no hubo manera de que el peque colaborara así que lo hice como pude, calculando con una camiseta suya y probándosela a su padre. Varias veces intenté probárselo sin suerte. Y cuando ya estuvo terminado del todo fui a enseñárselo y me informó que no le gustaba nada y que no se lo iba a poner. Dejé el disfraz en su habitación y me puse a recoger todo el desorden que había dejado en la mesa con la confección del disfraz.
Tengo la suerte de que no tengo reacciones explosivas cuando me enfado. Ni siquiera cuando me enfado con mi marido. Mis reacciones son normalmente hacia dentro. Cuando me siento que no estoy en control de mis actos, me callo, me voy y me pongo a hacer algo (normalmente, a recoger la cocina). Mientras me muevo, voy ordenando mis pensamientos, voy pensando en lo que me gustaría decir, intento averiguar qué ha pasado, si tengo razón o no... En fin, esas cosas. Y eso fue lo que hice en ese momento. Mientras recogía la mesa iba pensando: "¿Qué carajo me pasa?"
Soy plenamente consciente de que nada, nada, nada de lo que había pasado esa tarde era culpa del niño: Él no había decidido que había que disfrazarse. Él no había decidido cuál iba a ser el disfraz. Él no había decidido que lo hiciera más complicado de lo que tenía que ser. Nada de eso había sido decisión suya. Yo sí había tomado decisiones: yo podría haber decidido que no fuera el viernes al cole y así no tendría que disfrazarse si no quería; yo podría haber decidido hacer un disfraz sencillo y llevarlo al cole sin más expectativa que se lo pusiera si quería; yo podría haber decidido hacerlo con más antelación para tener margen de maniobra si la tarde se ponía difícil; yo podría haber decidido parar lo que estaba claro que no iba a ningún lado, y dejarlo para el día siguiente aunque eso significara estar más achuchada de tiempo... Yo podría haber hecho muchas cosas que no hice. Así que aquello era total y absolutamente mi culpa, y esas eran las consecuencias de haber tomado las decisiones equivocadas.
Además, cometí el error número uno en estas cosas. El que advierto en muchos de mis posts: Me lo tomé como algo personal. Una parte de mí, la parte racional, sin duda, sabía que todo aquello era arbitrario. Que no tenía que ver con el disfraz en sí, que probablemente tuviera más que ver con el cansancio, o incluso con una lucha de poder. Pero otra parte, la que tenía el control esa tarde, me llenaba la cabeza de pensamientos tipo "será desagradecido, con el currazo que tiene el disfraz y lo chulo que ha quedado".
En fin, mientras recogía iba ordenando mis pensamientos, intentando permitir que la parte racional volviera a tomar el control. Entonces fui al dormitorio de mi hijo donde estaba jugando e intenté reconectar con él. Pero fue un poco anticlimático. Para mí la tarde había sido horrible. Pero para él parecía que había sido normalilla. No me recibió con un abrazo, ni lloró en mis brazos mientras lo consolaba. No. Él estaba bien, la que estaba mal era yo. Así que se lo dije, y le pedí que me diera un abrazo para ayudarme a sentirme mejor. Me lo dio, pero como estaba jugando fue como un abrazo express antes de volver a lo que estaba haciendo. Y me quedé un poco igual. Así que me tocaba apañármelas sola para pasar página, y decidí meterme en el despacho para desahogarme escribiendo. Por fin, después de un rato pude unirme al peque y a mi marido que estaban en el salón, y pude hacerlo con una sonrisa.
Veréis, cuando os digo que lo más importante es no dejar que los estados de ánimo de vuestros hijos os afecten a vosotros es precisamente por esto mismo. Los peques viven en el presente, y cuando pasan página la pasan al 100%. Los mayores tardamos muchísimo más en volver a centrarnos. Un enfado nos puede durar muchísimo tiempo después de que la causa haya pasado. Así que el enfado de un adulto tiene muchísimo más impacto en la convivencia del día a día que el de un niño pequeño (aunque nos parezca lo contrario porque el del niño sea mucho más intenso). La prueba la tuve esa tarde: yo tardé al menos una hora en conseguir que se me pasara el mal humor, para el peque fue casi instantáneo en cuanto dejamos el tema del disfraz.
¿Qué le pasaba al peque? ¿Por qué reaccionó así?
No lo sé. Como he dicho antes sospecho que estaba más cansando de lo normal, pero no podría asegurarlo. Lo que está claro es que no era capaz de acceder a la parte del cerebro que le permite ser flexible ante las situaciones. De hecho, eso es probablemente también lo mismo que me pasó a mí, porque bien sabe Dios que la capacidad de ser flexible para amoldarme a la situación brilló por su ausencia esa tarde. Lo que tengo claro es que lo que fuera no tenía que ver con el disfraz en sí.
La prueba de ellos la tuve el día siguiente por la tarde, cuando se entusiasmó al ver el disfraz como si lo hubiera visto por primera vez, y se lo probó encantado con esta cara de felicidad.
No sé qué fue lo que le pasó, pero no es lo importante. Lo importante era qué me pasaba a mí, qué me pasaba por la cabeza, por qué actué como actué y me obcequé como me obcequé. Mis acciones son las que de verdad tuvieron influencia sobre el transcurso de la tarde:
- Me lo tomé como algo personal: "era mi proyecto", "es un desagradecido", "con lo que me he esforzado"...
- Comparaba nuestras "escenas eliminadas" con la versión editada de las otras familias: "no podías ser como tus demás compañeros", "mira que sonrientes están con sus disfraces".
- Cedí ante la presión social: "va a ser el único que no vaya", "va a ser el único que no se disfrace".
Todos esos pensamientos influyeron en mis actos. Todos ellos colaboraron en mi obcecación, en mi falta de flexibilidad, en mi falta de capacidad para aceptar a mi hijo incondicionalmente. Todos ellos fueron mis enemigos esa tarde, y lo volverán a ser muchas tardes más. Esta vez los tengo identificados, así que la próxima vez será más difícil que me ganen.
Si tienes alguna pregunta o comentario que hacerme, o si tienes algún truco o sugerencia más que quieres aportar puedes hacerlo a través del blog, de la página de Facebook o de la cuenta de Instagram. Y si te ha gustado la entrada o crees que podría ayudarle a alguien que conoces COMPARTE.
¡Mil gracias por leerme!
¡Feliz Crianza!
Vamos a llamar a esto un ejercicio de reflexión consciente. A ver cómo sale.
El peque está en una fase bastante miedosa. No le gustan los muñecos grandes y no le gustan los disfraces de muñeco: ¿esos Mickey Mouse a tamaño real que imitan a los de Disney? Mi peque sale corriendo en la dirección contraria. ¿Las visitas de la Patrulla Canina o Pepa Pig a los centros comerciales con colas kilométricas para hacerse fotos con los peques? El mío no se acerca ni loco. Os cuento esto porque la misma semana de carnaval estaba programada una salida al teatro con su clase para ver el Mago de Oz. En clase les pusieron un video y mi peque se llevó un susto de aúpa y se negó en redondo a ir. No os voy a negar que me dio un poco de pena que no quisiera ir: es una actividad chula, van en autobús que le encanta, con todos sus amigos, a ver un musical que estoy segura de que le gustaría si sus miedos no le impidieran disfrutarlo. Por supuesto que no le dije nada a él, al principio intenté convencerle un poco pero cuando vi cómo reaccionaba, la desesperación con la que me decía "al teatro, no", evidentemente el objetivo pasó a ser que se sintiera seguro y hacerle entender que no iba a ir si no quería. El caso es que sé que en el fondo me habría gustado que fuera distinto, me habría gustado que quisiera ir. Había una parte de mí que rezongaba ante la idea de que mi peque fuera "el único" que no iba a ir al teatro.
Esto puede parecer que no está relacionado, pero sé que lo está. Porque mientras lidiaba con las idas y venidas del disfraz de carnaval, ese pensamiento me volvía una y otra vez a la cabeza: "¿por qué tienes que hacerlo tan difícil?", "¿por qué tienes que complicarlo tanto?", "vas a ser el único que no vaya disfrazado". Recalco que todo esto eran PENSAMIENTOS. Nada de esto salió de mi boca. Pero eran pensamientos que estaban alimentando mi malestar hacia mi hijo.
De hecho esto empezó también un par de días antes. Cuando le pedí al peque que eligiera el emoticono que quería para el disfraz y empezó a decir que no quería disfrazarse. Esta vez no lo decía con miedo, simplemente no quería. Le enseñé algunas fotos de compañeros suyos con el disfraz ya terminado que habían compartido sus madres en el grupo de whatsapp. El peque las miró con mucho interés, le gustaron mucho. Pero en cuanto le dije que él también tenía que llevar uno volvió a decir que no. Y otra vez mi cabeza "¿por qué no puedes ser como tus compañeros? ¿tú has visto qué cara de alegría llevan? ¿vas a ser el único sin disfraz". Como vimos que no íbamos a ninguna parte lo dejamos estar. Decidí que elegiría yo lo que me pareciera y si hacía falta se lo daría a la maestra, que al menos tuviera la opción de disfrazarse si al final cambiaba de opinión.
El caso es que el miércoles por la mañana, mientras lo llevaba al cole, tuve una idea magistral. "Chiqui, ¿qué te parece si el disfraz es de planetas?" Ni que decir tiene que le encantó. Me informó que quería un disfraz de Júpiter, y yo añadí, "¡Júpiter sonriente!". Perfecto. Ya tenía idea y parecía que le gustaba. Así que llegué a casa y me curré un pedazo de Júpiter precioso. Le puse una carita sonriente y listo. Un emoticono de planetas. Cuando el peque llegó le encantó. De verdad. Le gustó muchísimo. Y entonces dijo, "Y ahora, Saturno".
Ya había planificado hacer otro para la parte trasera, y lo mismo me daba hacer uno que otro así que me puse a hacer Saturno. Con el peque delante. ¿Por qué no lo dejé para el jueves? No lo sé. Supongo que porque no tenía escrita la entrada del blog para ese día y además tenía que ir con mi suegra al médico. Sabía que iba a estar apretada y prefería terminar. Pero era una opción. Ya tenía las piezas recortadas, no me habría costado tanto tiempo. Era una opción y la descarté absurdamente.
Así que me puse a hacerlo con el peque allí y como es lógico y normal me quería ayudar. Me gustaría decir que me dije a mí misma "es su disfraz, ¿qué mejor manera de fomentar su autestima que dejar que lo haga él?". Pero no. Lo que me dije fue "Sí hombre, con lo bonito que me está quedando no voy a dejar que lo estropees". Era su disfraz, pero era MI proyecto. Así que le di unos rotuladores, un retal de goma eva que no necesitaba y lo dejé pintando a mi lado. Hasta que vio que yo usaba unos rotuladores nuevos mientras él usaba los viejos. El problema era que los que él usaba eran lavables, y los que yo usaba eran permanentes, además eran textiles, con lo que si se manchaba la ropa no se iba a quitar. Así que me negué a dárselos y finalmente los guardé. Evidentemente esto provocó un enfado monumental por su parte. Un enfado del que apenas se había recuperado cuando le dije que eligiera la emoción que quería. Y eligió una cara triste, como es lógico. Y de nuevo me surge la pregunta, ¿por qué no lo dejé? ¿Por qué seguí avanzando cuando era evidente que no íbamos a llegar a buen puerto?
Me puse a recortar las piezas, y él se fue a jugar un rato. Cuando ya las tenía recortadas y listas para pegar, vino corriendo a informarme de que ya estaba contento así que tenía que hacer la cara contenta. ¡Qué mal me sentó! Pero, ¿por qué me sentó tan mal? Era algo que me esperaba. Si hasta había pensado inicialmente en hacer el disfraz en plan Señor Potato, con velcro, para que eligiera la cara que quería la misma mañana. Lo conozco y sé lo consciente que es de las emociones y sabía que esto podía pasar. Sin embargo, mis pensamientos eran de indignación, de cansancio, de frustración. Otra vez pensaba "seguro que los otros niños no lo han complicado tanto".
Intenté convencerle de que estaba bien que por delante estuviera contento y por detrás triste, que así podía ponerse el que quisiera el día del desfile, pero evidentemente no sirvió de nada. Se volvió a ir a jugar y me puse a recortar una cara distinta. Como ya tenía recortada una lágrima, hice otra más y saqué la expresión de reírse hasta llorar. La pegué con la pistola de silicona y cuando ya estuvo terminada fui a enseñársela. ¿Por qué la pegué si no sabía si le iba a gustar o no? Supongo que porque estaba cansada y quería terminar como fuera, y al pegarla eliminaba la posibilidad de que hubiera más cambios.
No le gustó.
Decía que estaba llorando, que estaba triste, que él la quería contento. No había manera de hacerle entender que era porque se estaba riendo mucho. Me persiguió mientras volvía al salón e intentaba arrancar las lágrimas de Saturno. Entonces empezó a llorar totalmente fuera de sí que no quería esa cara, que la cambiara, que pusiera contento, y al rato empezó a decir que lo pusiera enfadado. Básicamente estaba fuera de control e iba cambiando de opinión constantemente como un remolino. En un momento dado le dije, y esto sí que se lo dije "¿Tú quieres ver una cara de enfadado? ¿Sí? Pues mírame a mí. Esto es una cara de enfado." Ofú. Qué cabreo llevaba.
Había una parte de mí que llevaba un rato diciendo que lo dejara para el día siguiente. Que estaba claro que no era el día. Pero, oye, ni caso. ¡Qué obcecación! Yo seguía y seguía. Estaba viendo que ese camino no nos llevaba a ninguna parte, pero no era capaz de parar. Así que me puse a hacer los tirantes del disfraz. Por supuesto no hubo manera de que el peque colaborara así que lo hice como pude, calculando con una camiseta suya y probándosela a su padre. Varias veces intenté probárselo sin suerte. Y cuando ya estuvo terminado del todo fui a enseñárselo y me informó que no le gustaba nada y que no se lo iba a poner. Dejé el disfraz en su habitación y me puse a recoger todo el desorden que había dejado en la mesa con la confección del disfraz.
Tengo la suerte de que no tengo reacciones explosivas cuando me enfado. Ni siquiera cuando me enfado con mi marido. Mis reacciones son normalmente hacia dentro. Cuando me siento que no estoy en control de mis actos, me callo, me voy y me pongo a hacer algo (normalmente, a recoger la cocina). Mientras me muevo, voy ordenando mis pensamientos, voy pensando en lo que me gustaría decir, intento averiguar qué ha pasado, si tengo razón o no... En fin, esas cosas. Y eso fue lo que hice en ese momento. Mientras recogía la mesa iba pensando: "¿Qué carajo me pasa?"
Soy plenamente consciente de que nada, nada, nada de lo que había pasado esa tarde era culpa del niño: Él no había decidido que había que disfrazarse. Él no había decidido cuál iba a ser el disfraz. Él no había decidido que lo hiciera más complicado de lo que tenía que ser. Nada de eso había sido decisión suya. Yo sí había tomado decisiones: yo podría haber decidido que no fuera el viernes al cole y así no tendría que disfrazarse si no quería; yo podría haber decidido hacer un disfraz sencillo y llevarlo al cole sin más expectativa que se lo pusiera si quería; yo podría haber decidido hacerlo con más antelación para tener margen de maniobra si la tarde se ponía difícil; yo podría haber decidido parar lo que estaba claro que no iba a ningún lado, y dejarlo para el día siguiente aunque eso significara estar más achuchada de tiempo... Yo podría haber hecho muchas cosas que no hice. Así que aquello era total y absolutamente mi culpa, y esas eran las consecuencias de haber tomado las decisiones equivocadas.
Además, cometí el error número uno en estas cosas. El que advierto en muchos de mis posts: Me lo tomé como algo personal. Una parte de mí, la parte racional, sin duda, sabía que todo aquello era arbitrario. Que no tenía que ver con el disfraz en sí, que probablemente tuviera más que ver con el cansancio, o incluso con una lucha de poder. Pero otra parte, la que tenía el control esa tarde, me llenaba la cabeza de pensamientos tipo "será desagradecido, con el currazo que tiene el disfraz y lo chulo que ha quedado".
En fin, mientras recogía iba ordenando mis pensamientos, intentando permitir que la parte racional volviera a tomar el control. Entonces fui al dormitorio de mi hijo donde estaba jugando e intenté reconectar con él. Pero fue un poco anticlimático. Para mí la tarde había sido horrible. Pero para él parecía que había sido normalilla. No me recibió con un abrazo, ni lloró en mis brazos mientras lo consolaba. No. Él estaba bien, la que estaba mal era yo. Así que se lo dije, y le pedí que me diera un abrazo para ayudarme a sentirme mejor. Me lo dio, pero como estaba jugando fue como un abrazo express antes de volver a lo que estaba haciendo. Y me quedé un poco igual. Así que me tocaba apañármelas sola para pasar página, y decidí meterme en el despacho para desahogarme escribiendo. Por fin, después de un rato pude unirme al peque y a mi marido que estaban en el salón, y pude hacerlo con una sonrisa.
Veréis, cuando os digo que lo más importante es no dejar que los estados de ánimo de vuestros hijos os afecten a vosotros es precisamente por esto mismo. Los peques viven en el presente, y cuando pasan página la pasan al 100%. Los mayores tardamos muchísimo más en volver a centrarnos. Un enfado nos puede durar muchísimo tiempo después de que la causa haya pasado. Así que el enfado de un adulto tiene muchísimo más impacto en la convivencia del día a día que el de un niño pequeño (aunque nos parezca lo contrario porque el del niño sea mucho más intenso). La prueba la tuve esa tarde: yo tardé al menos una hora en conseguir que se me pasara el mal humor, para el peque fue casi instantáneo en cuanto dejamos el tema del disfraz.
¿Qué le pasaba al peque? ¿Por qué reaccionó así?
No lo sé. Como he dicho antes sospecho que estaba más cansando de lo normal, pero no podría asegurarlo. Lo que está claro es que no era capaz de acceder a la parte del cerebro que le permite ser flexible ante las situaciones. De hecho, eso es probablemente también lo mismo que me pasó a mí, porque bien sabe Dios que la capacidad de ser flexible para amoldarme a la situación brilló por su ausencia esa tarde. Lo que tengo claro es que lo que fuera no tenía que ver con el disfraz en sí.
La prueba de ellos la tuve el día siguiente por la tarde, cuando se entusiasmó al ver el disfraz como si lo hubiera visto por primera vez, y se lo probó encantado con esta cara de felicidad.
No sé qué fue lo que le pasó, pero no es lo importante. Lo importante era qué me pasaba a mí, qué me pasaba por la cabeza, por qué actué como actué y me obcequé como me obcequé. Mis acciones son las que de verdad tuvieron influencia sobre el transcurso de la tarde:
- Me lo tomé como algo personal: "era mi proyecto", "es un desagradecido", "con lo que me he esforzado"...
- Comparaba nuestras "escenas eliminadas" con la versión editada de las otras familias: "no podías ser como tus demás compañeros", "mira que sonrientes están con sus disfraces".
- Cedí ante la presión social: "va a ser el único que no vaya", "va a ser el único que no se disfrace".
Todos esos pensamientos influyeron en mis actos. Todos ellos colaboraron en mi obcecación, en mi falta de flexibilidad, en mi falta de capacidad para aceptar a mi hijo incondicionalmente. Todos ellos fueron mis enemigos esa tarde, y lo volverán a ser muchas tardes más. Esta vez los tengo identificados, así que la próxima vez será más difícil que me ganen.
Si tienes alguna pregunta o comentario que hacerme, o si tienes algún truco o sugerencia más que quieres aportar puedes hacerlo a través del blog, de la página de Facebook o de la cuenta de Instagram. Y si te ha gustado la entrada o crees que podría ayudarle a alguien que conoces COMPARTE.
¡Mil gracias por leerme!
¡Feliz Crianza!
Hija, vaya maña con los disfraces! me he quedado flipada!
ResponderEliminarPor lo demás ya sabes, esto es así, lo de tener hijos te lo saca todo... es lo bueno que tienen... son unos maestros! jajajaja!
Creo que los peques son un espejo nuestro y saben sacar nuestra sombra mejor que nadie. Pero eso es lo bueno, que te hacen consciente de ella y entonces vas y la aceptas y ya está...a otra cosa mariposa :-D
No sabes como te entiendo... Me imagino que estas pataletas de mami, nos pasan a todas en alguna ocasión. No somos perfectas. Yo tengo mis valores sobre crianza muy claros, y sin embargo tengo acabado el día llorando por haberme saltado mis propias normas y comportarme como una niña frente a Nico. Bufff es complicado... Pero bueno, me gusta mucho la idea de reflexionar tan abiertamente sobre el tema, porque de verdad que ayuda. Un besote y animo super mami!!
ResponderEliminarEspectacular. Tendría que leer esta entrada todas las mañanas yo. Últimamente me tomo todo personal con el peque. Y cómo me cuesta soltar el control!
ResponderEliminarGracias por ponerlo tan claro
He leído tu post de casualidad buscando disfraz de Jupiter, y me ha encantado lo bien que describes lo mismo que sentimos otras madres y tu consejo para manejarlo. Muchas gracias!
ResponderEliminarDe paso aprovecho para preguntar si me podrías decir con más detalle cómo hiciste el disfraz porque te quedó estupendo!