lunes, 6 de febrero de 2017

Cómo conseguir que los niños colaboren y qué hacer cuando no hay manera.

Hay pocas palabras que causen más urticaria en los ámbitos de la crianza respetuosa que las de la familia de la "obediencia". La obediencia, entendida como el hacer lo que se les ordena sin cuestionarlo, no es una característica que se valore o que se promueva en crianza respetuosa, porque no es una característica que se valore en los adultos. No queremos adultos que hagan lo que alguien más listo o más poderoso le dice sin cuestionarse si eso está bien o no. Queremos adultos que piensen por sí mismos, que tengan criterio propio. Y esto sólo se consigue si se cultiva en la infancia. Así que en la crianza respetuosa no buscamos la obediencia como objetivo, buscamos la colaboración. Evidentemente vamos a necesitar que los niños hagan lo que le pedimos, pero no será una cuestión de obediencia sino de trabajar juntos.



Dicho esto, nos vamos a encontrar ocasiones en las que no quieren hacer algo que necesitamos que hagan, porque están desregulados emocionalmente, porque están cansados, o porque simplemente lo que nosotros le pedimos va directamente en contra de lo que ellos quieren hacer:

Si se lo están pasando genial en el parque pero es hora de irse a casa. 
Si necesitan tomar un medicamento que no quieren bajo ningún concepto.
Si es hora de ir al cole pero no quieren vestirse (porque, admitámoslo, a todos nos da pereza vestirnos por la mañana) 
Si es hora del baño pero no quieren dejar de jugar.
Si es hora de salir del baño, pero no quieren dejar de jugar.

La lista podría ser interminable. Y hay que reconocerlo: los pobres tienen tan poco control sobre su vida que lo que me extraña es que no se resistan más a menudo a nuestras peticiones.

¿Qué podemos hacer en estos casos?

Lo primero siempre es cuidar la conexión con los niños. Mientras más conectados se sientan a nosotros, más probable es que quieran colaborar (y viceversa). A partir de ahí, hay algunos trucos que podemos usar, y que he sacado en su mayoría del libro "How to talk so little kids will listen" de Joanna Faber (es la hija de Adele Faber, autora de "Cómo hablar para que los niños escuchen, y cómo escuchar para que los niños hablen.", el nuevo libro está centrado en edades de 2 a 7 años y al igual que el original es una maravilla aunque aún no está en español)

1. Juega:

- Conviértelo en un juego:
"¿Podemos meter todos los coches en la caja antes de que suene la alarma? Preparados... listos... Ya!"

- Pon voz a los objetos:
"Soy un calcetín vacío. ¡Necesito tener un pie dentro!"

- Usa voces o acentos locos:
"Yo... soy...tu...robot...Tengo...que...abrochar...el...cinturón...ahora."

- Usa la imaginación:
"Necesitamos escalar esta montaña gigantesca para llegar a la silla del coche."

- Hazte el tonto:
"A ver, a ver, ¿dónde iba la manga? ¿en tu cabeza? ¿No? ¿En el brazo? ¡Ah, en el brazo! ¡Es verdad! ¡Gracias por ayudarme!"

2. Ofrece opciones:

"¿Quieres meterte en la bañera de un salto como un conejo o andando como un cangrejo?"

Hay que tener cuidado cuando se ofrecen opciones de no convertir las opciones en una amenaza. Lo ideal es que ambas opciones sean aceptables tanto para ti como para el niño.

3. Pon al niño al mando:

"Tomás, ¿te importa poner el temporizador y avisarme cuando sea hora de marcharnos?"

4. Da información:

"Los pañuelos van al cubo de la basura."

5. Dilo con una sola palabra (o gesto)

"Basura"

6. Describe lo que ves:

"La mayoría de los bloques están recogidos en su caja. Sólo quedan unos poquitos por meter."

Haz referencia a lo que lleva hecho antes de señalar lo que falta por hacer.

7. Describe cómo te sientes:

"No me gusta que haya comida tirada en el suelo."

Evita en la medida de lo posible expresar emociones muy fuertes o utilizar la segunda persona. Si lo siente como un ataque se pondrá a la defensiva y será menos probable que colabore.

8. Escribe una nota:

"Ponme en tu cabeza antes de montar en bici. Con cariño, tu casco."

9. Toma medidas sin ofender:

"Voy a recoger la pintura. No voy a dejar que manches a otros niños."

Si tenéis el libro de "Cómo hablar para que los niños escuchen" habréis notado que muchos de estos consejos se repiten. El nuevo libro utiliza muchas de las cosas que incluía el anterior, pero los ejemplos están más pensados para niños pequeños por lo que resulta más práctico y más fácil de entender y aplicar.

En casa hemos utilizado muchas de estas. Las opciones de convertirlo en juego son un éxito desde luego, con 3 años que tiene el peque son las que mejor funcionan. Y también he notado que funciona mucho mejor decir lo que vemos que pedirle que haga algo directamente, que es lo que aconseja en el punto 6. Por ejemplo si ha tirado un libro porque estaba enfadado, primero atienda al enfado y cuando se le pasa simplemente digo "Uy, hay un libro en el suelo." 99% de las veces me dice, "es verdad, mami" y lo recoge. Ofrecer opciones funciona a veces. Funciona mejor cuando son más pequeños porque pronto aprenden que hay más opciones de las que nosotros ofrecemos y empiezan a querer negociar, lo cual está genial, pero a veces nos dificulta un poco el día. El mío, cuando no le convencen las opciones que le ofrezco no duda en decirme "ni nada, ni nada" con muchísima convicción.

En fin, con estas estrategias y partiendo de una buena conexión con nuestros hijos, tendremos muchas posibilidades de conseguir que colaboren. Pero, ¿qué pasa cuando no hay manera? ¿qué hago cuando necesito que haga algo necesariamente y no hay forma humana de convencerlo?

¿Es compatible hacer algo por la fuerza y con respeto?

En mi opinión, .

Forzar a un niño a hacer algo no es lo ideal, y desde luego es bastante desagradable, tanto para el niño como para el adulto. Pero a veces no tenemos más remedio.

Por mucho que nos guste el parque, a cierta hora hay que irse a casa.

Por mucho que entendamos que da pereza vestirse por la mañana, lo cierto es que hay que ir al cole.

Por mucho que nos de pena verlo llorar cuando está malito porque no quiere tomar medicina o entendamos que está asustado, lo cierto es que necesitamos darle el medicamento o llevarlo al médico.

Así que a veces no tenemos más remedio que hacer las cosas a la fuerza. 

Forzar a un niño a algo es inherentemente desagradable, pero no tiene por qué ser irrespetuoso.

Para mí, sería irrespetuoso dejar que decidiera él a que hora volver a casa aun a sabiendas de que eso significa que se irá tarde a la cama porque todo el horario se atrasará. Que perdiera días de clase, o llegara siempre tarde por la pereza de vestirse. Que no recibiera el tratamiento que necesita por no querer obligarlo...

También sería irrespetuoso no reconocer que la mayoría de las cosas que le pido provienen de convenciones del mundo de los adultos, no entender que tiene derecho a no entenderlas, a no querer participar. Sería irrespetuoso poner en sus hombros la responsabilidad de entenderme a mí y a mis razones, y enfadarme con él cuando no lo hiciera. Sería irrespetuoso intentar convencerlo por las malas, utilizando amenazas, o intentando avergonzarlo, o castigándole o pegándole o humillándole o insultándole o gritándole. Todas estas cosas son las que lo harían irrespetuoso en mi opinión.

¿Cómo sería entonces hacer algo a la fuerza de forma respetuosa?

Aceptando, validando, y empatizando totalmente con sus emociones, antes y después: "Lo sé, cariño. No te apetece nada vestirte. Hace frío, ¿verdad? no apetece quitarse el pijama. Intentaré hacerlo lo más rápido posible." "Uff, eso no ha sido nada agradable, ¿verdad? No te ha gustado nada que te vista a la fuerza. Lo sé. Los sé. Es muy desagradable que te vistan así. Lo siento mucho, chiqui. ¿Quieres un abrazo?"

Haciendo lo que tengamos que hacer con calma, confianza, firmeza: evidentemente esto es más fácil mientras más pequeños son. Si necesitas llevártelo del parque, tómalo en brazos y concéntrate en hacerlo sin que os hagáis daño si va peleando contigo. Si necesitas parar, hazlo. Si ves que es imposible, intenta esperar a que se calme y vuelve a intentarlo. Ten en cuenta que nuestras emociones retroalimentan a la de los niños, si nosotros nos ponemos nerviosos, ellos se pondrán aún más nerviosos. Si por el contrario conseguimos transmitirles calma, seguridad y confianza, poco a poco se irán calmando.

Avisando de cada paso que vayamos a hacer antes de hacerlo, especialmente cuando lo que hacemos implica manipular su cuerpo (que va a ser prácticamente siempre): es una cuestión básica de respeto, irle avisando de lo que le vas a hacer. Especialmente en entornos poco familiares en los que puede estar asustado. En el médico por ejemplo, aunque esté llorando asustado, ve diciéndole lo que va a pasar antes de que suceda: "Ahora la doctora va a escuchar tu corazón con ese aparatito redondo, estará un poco frío pero no duele nada. Voy a sujetarte fuerte para que pueda escucharte bien. Es normal asustarse un poco, tranquilo, yo estoy contigo."

Si notas que te estás enfadando o que el peque está en un estado de nervios extremo, para y tomáos una pausa, abrazáos, intentad calmaros, y volvedlo a intentar después: Hay muy pocas cosas que sean cuestión de vida o muerte o que no puedan esperar unos minutos, incluso aunque eso suponga llegar tarde. Esperar 5 o 10 minutos para calmaros, ambos, puede ser la clave para conseguir o bien más cooperación o bien menos resistencia.

Una vez que está hecho, reconectamos, aceptamos lo desagradable que ha sido y pasamos página en cuánto lo haga el peque: Nada de quedarnos atascados en ese sentimiento negativo de frustración o enfado que nos dure el resto del día o de la tarde. Le decimos "No te ha gustado nada que te ate en la silla del coche a la fuerza. No ha sido nada agradable. Lo entiendo perfectamente. Mi trabajo es cuidar de ti y para ir seguro tienes que ir en tu silla. ¿Quieres que respiremos juntos para calmarnos?" Abrazamos, besamos, consolamos todo lo que haga falta y en cuanto el niño esté bien, nosotros también.

Si te ves utilizando la fuerza con demasiada frecuencia, revisa qué es lo que puede estar fallando. Un niño bien conectado y bien regulado colabora con frecuencia. No siempre, por supuesto, pero con frecuencia. Entre lo que ellos colaboran por deseo de agradar a sus figuras de apego y las veces que conseguimos vencer su resistencia con herramientas de disciplina positiva como las que recomienda Faber, las veces que necesitamos hacer algo a la fuerza no deberían ser muchas. Dependerá de la situación, pero aún así no debería ser muchas. Si te ves en una rutina de tener que obligarle a todo, párate a pensar qué puede haber detrás. Ten siempre en cuenta cosas como: evitar las prisas, el hambre o el sueño como los enemigos número uno de la colaboración, y toma medidas para hacer los cambios necesarios para que la resistencia disminuya un poco. Ten también en cuenta que hay edades y etapas en los que la resistencia será algo normal y perfectamente sano. Una manera de reclamar control. Busca maneras de ofrecer ese control de forma apropiada a su edad.

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¡Mil gracias por leerme!

¡Feliz Crianza!


2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho, gracias. No sabía que la hija de la autora del otro libro había sacado otro para niños más pequeños. Qué bien!!
    (mecachismama.wordpress.com)

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  2. El libro de Joanna Faber ya está publicado en español "Como hablar para que sus pequeños le escuchen".

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