lunes, 27 de marzo de 2017

Ayudar o no ayudar, esa es la cuestión.

Hay una frase de María Montessori que suele traducirse como "Nunca ayudes a un niño a realizar una tarea que pueda hacer por sí mismo", y se ve como la clave en el camino de los niños hacia su autonomía. Pero muchas veces nos encontramos en situaciones en la que nuestro peque nos pide ayuda para algo que sabemos que puede hacer, o para algo que al menos nos gustaría que intentara primero. Nos piden ayuda, y por una parte nos acordamos de María Montessori diciendo "no le ayudes" y por otra tenemos a nuestro instinto diciéndonos, "te está pidiendo ayuda, ¿cómo no lo vas a ayudar?". A veces nos resulta difícil encontrar el equilibrio entre estos dos puntos, y de eso precisamente es de lo que vamos a tratar hoy.

Robin Einzig, fundadora de Visible Child cuyo enfoque de crianza adoro, tiene una cita que dice: "Si un niño te pide ayuda para hacer algo que sabe hacer, es porque se siente amado cuando tú lo haces". Esta frase parece contradecir a la de María Montessori, pero si echamos un vistazo a google, hay un matiz importante en la frase de María Montessori que se suele perder en nuestro afán de simplificar, la frase de María Montessori más bien vendría a decir: "Nunca ayudes a un niño a realizar una tarea que siente que puede realizar por sí mismo". Este matiz es importantísimo porque saca de la ecuación a nuestra percepción sobre su capacidad para dejársela exclusivamente al niño o niña en cuestión. Teniendo estas dos frases en cuenta parece que lo más recomendable sería:

Si el niño o niña en cuestión cree que puede hacer algo, déjale que lo intente, independientemente de lo que tú creas que es capaz de hacer o no. Aunque te parezca que sea demasiado pequeño, si es algo que el peque quiere intentar, déjale que lo haga. Aunque requiera mucho más tiempo de lo que requeriría si lo hicieras tú, aunque requiera muchos intentos, incluso aunque haya frustración de por medio, mientras siga queriendo intentarlo, déjale.

Por otra parte, si el niño o niña te pide ayuda, dásela. Incluso aunque sea una tarea que sabes que ya es capaz de hacer. Aunque lo haya hecho un millón de veces solo. Puede que sea una forma de buscar conexión, puede que necesite ese poquito de mimos y de confort que sentimos cuando alguien cuida de nosotros. Si te pide ayuda, ayúdale porque en general queremos que sepan que pueden contar con nosotros.

Esto sería más o menos el marco general para decidir si ayudar o no. Pero, ¿hasta qué punto tenemos que ayudar? ¿qué pasa con los niños que tienen problemas de inseguridad y piden ayuda siempre para todo y se niegan a intentar nada? de nuevo, cuestión de encontrar el término medio.

Mi postura, normalmente es ayudar lo mínimo que sea posible. Si me pide ayuda, se la doy, pero ayudarle no tiene por qué significar hacerlo por él, a veces simplemente significa prestarle toda mi atención mientras le doy instrucciones para que lo haga solo. A veces significa empezar la tarea y dejar que la termine él, y a veces significa hacer la parte difícil y dejar que haga él la fácil.

Por ejemplo, mi hijo no ha estado nunca muy interesado en vestirse solo. Sé que hay niños que muy pronto reclaman autonomía en este campo, pero no ha sido su caso. Apenas ha tenido la iniciativa de ponerse los zapatos, o quitárselos, o sacarse los calcetines. Así que cuando tocaba hacerlo y me pedía que lo hiciera yo, en vez de quitárselos sin más le aflojaba el velcro y le decía, "ahora tira de aquí y sácalo". Y con los calcetines, igual. En vez de quitárselos sin más, se lo sacaba del talón que era la parte más difícil y luego le animaba a que terminara él.

Otro factor a tener en cuenta es la frustración. Muchas veces intentan hacer algo y se frustran muchísimo cuando no les sale. Lo ideal es no dar por hecho que la frustración implica directamente que alguien venga a rescatarte y a hacerlo por ti. La frustración es una emoción más con la que tenemos que aprender a convivir, y la mejor manera es permitirles que la experimenten. Cuando veo que mi hijo se frustra se lo digo con palabras, y le invito a tomarse un respiro, a calmarse un poco primero y a volver a intentarlo después: "Te está resultando muy difícil y te está frustrando muchísimo. Para un momento, respira hondo, piensa y vuelve a intentarlo." Si es algo que hay que hacer sí o sí, como vestirse, y se niega a volver a intentarlo, intervengo yo y no pasa nada. Ya volverá a intentarlo otra vez. Pero si es algo que está haciendo por gusto, algo que forma parte clave de su desarrollo como el juego o el desarrollo motor, si ya no quiere volver a intentarlo no pasa nada. Cambiamos de actividad y ya está, pero procuro no completarle yo la tarea en cuestión. Es decir, si estaba haciendo una torre por ejemplo y se le cae y se frustra y no quiere volverlo a intentar, no le hago yo la torre, simplemente le acompaño mientras se calma y luego le dejo que decida si quiere seguir con la torre o si prefiere cambiar de actividad.

Un ejemplo muy típico de esto sucede cuando aprenden a darse la vuelta. Normalmente, sobre todo cuando sigues el movimiento libre de Pikler, aprenden primero a pasar de boca arriba a boca abajo. Y hay una fase hasta que aprenden a pasar también de boca abajo a boca arriba en la que se frustran muchísimo porque se quedan boca abajo en el suelo en una postura que no les suele gustar mucho y sin posibilidad de moverse. Si intervenimos demasiado pronto parece que estamos coartando su desarrollo motor libre, pero no intervenir resulta cruel. ¿Cómo podemos encontrar ahí el término medio?

Para mí el término medio estaba en observar y escuchar atentamente a la intensidad de su frustración y responder de acuerdo a eso. Cuando veía que aunque se quejaba seguía intentando darse la vuelta, lo dejaba porque entendía que esa frustración sería precisamente su motor de aprendizaje. Pero cuando veía que la frustración ya era tan grande que dejaba de intentarlo y simplemente lloraba, lo tomaba en brazos y lo consolaba. Si me parecía que ya estaba cansado, pasábamos a otra actividad (dormir, o mamar por ejemplo) y si veía que se calmaba rápido y que estaba preparado para volverlo a intentar, lo volvía a tumbar en el mismo sitio pero ya boca arriba. Esto lo repetíamos hasta el infinito porque en esta etapa a los 5 segundos de tumbarlo boca arriba ya se ponía boca abajo y volvíamos a empezar. Lo cual entre otras cosas era señal de que quería seguir intentándolo y que lo mejor que podía hacer era dejarle el mayor espacio posible para que lo intentara.

Otro ejemplo muy típico, aunque ya de niños más mayores, es el tema de los deberes. Dejando fuera consideraciones sobre si son o no son necesarios y centrándonos solo en si debemos o no debemos ayudarles a hacerlos. Mi opinión al respecto, más como profesora que como madre ya que como madre no estamos aún en esa fase coincide con la línea de lo que he planteado hasta ahora: darle ayuda si la pide, pero la mínima posible. En este caso podría consistir en guiarle a base de preguntas, en lugar de darle la respuesta, por ejemplo, o indicarle donde puede buscar la respuesta por sí mismo. Si te hace una pregunta sobre algo que tú sabes, en lugar de explicárselo sin más, puedes proponerle mirarlo juntos en internet para que vea cómo puede encontrar la información por sí mismo.

Con esto, como con todo, se trata de ir buscando un equilibrio, adaptándonos al temperamento de nuestros hijos. Habrá quien necesite más acompañamiento, y habrá quien necesite menos, pero todos necesitan padres y madres conscientes que sepan cuando retirarse y confiar.



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¡Mil gracias por leerme!

¡Feliz Crianza!

2 comentarios:

  1. Montessori era una mujer mujer, una trabajdora de eficacia innsaciable que no renunció a su naturaleza femenina por el trabjo. La nujer de hoy tiene mucho que aprenfer de ella.

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